Breve historia del cruel dominio en el Tibet de los lamas.

Clima cruel, sociedad despiadada 

Tibet es uno de los lugares más remotos del planeta. Está ubicado en una meseta en el corazón de Asia, separado del sur de Asia por los Himalayas, las más altas montañas del mundo. Un sinnúmero de desfiladeros y seis cordilleras dividen la región en valles aislados. Antes de la Revolución, China de 1949, no existía ni un solo camino en Tibet para vehículos de ruedas. La única manera de viajar por los tortuosos y peligrosos caminos montañosos era en mula, a pie o en yak (animales de montaña que parecen vacas peludas). El comercio, las comunicaciones y el gobierno central era casi inexistentes. En la mayor parte de Tibet no crecen árboles por la altura y hay poco oxígeno. Casi nada crece en tal clima. Era una dura lucha cultivar comestibles y encontrar leña.

En el momento de la revolución, la población de Tibet estaba muy dispersa. Dos o tres millones de personas vivían en un territorio que tenía la mitad del tamaño de Estados Unidos: 3,9 millones de km cuadrados. Las aldeas, monasterios y campamentos nómadas estaban separados por un arduo recorrido de varios días.
Los revolucionarios maoístas vieron "Tres grandes carencias" en el viejo Tibet: la falta de combustible, la falta de comunicaciones y la falta de gente. Pero esas "Tres grandes carencias" no se debían a la situación física sino, principalmente, al sistema social. Los maoístas decvían que la causa de las "Tres grandes carencias" eran las "Tres abundancias": "una abundancia de pobreza, una abundancia de opresión y una abundancia de temor a lo sobrenatural".

La sociedad de clases en el viejo Tibet 

El viejo Tibet (de antes de las transformaciones revolucionarias que empezaron en 1949) era una sociedad feudal. Existían dos principales clases: los siervos y los aristócratas propietarios de siervos. Los tibetanos vivían como los siervos de la Edad Media en Europa, o los esclavos y los aparceros africanos en el Sur de Estados Unidos.

Los siervos cosechaban cebada en la dura tierra con arados y hoces de madera. Criaban cabras, ovejas y yaks para obtener leche, queso y carne. Los aristócratas y lamas de los monasterios era dueños de los siervos, la tierra y la mayoría del ganado. Obligaban a los siervos a darles la mayor parte de los cereales y los sometían a muchas clases de trabajo forzado (llamado ulag). Los siervos, tanto hombres como mujeres, participaban en el trabajo más duro y en el ulag. Los pueblos nómadas de la árida zona occidental también eran propiedad de la nobleza.

El hermano mayor del Dalai Lama, Tubten Jigme Norbu, afirma que en el orden social lamaísta "no hay un sistema de clases y la movilidad entre las clases hace imposible el prejuicio clasista". Pero la mera existencia de esa orden religiosa se basaba en un sistema de clases rígido y cruel.

A los siervos los trataban como "inferiores" odiados, tal como los esclavistas trataban a los negros en el Sur de Estados Unidos. No podían usar los mismos asientos, palabras ni utensilios de cocina que sus dueños. Los castigaban con latigazos si tocaban alguna cosa del propietario. Los dueños y los siervos estaban tan alejados el uno del otro que en muchas partes hablaban distintos idiomas.

Cuando un noble iba a montarse en un caballo, un siervo debía ponerse de manos y rodillas y servirle de escalón. El experto en Tibet A. Tom Grunfeld relata que una hija de la clase dominante hacía que sus siervos la alzaron para subir y bajar las escaleras por pura indolencia. Los dueños cruzaban los riachuelos montados en la espalda de sus siervos.

La única posición peor que la de un siervo en Tibet era la de un esclavo, que ni siquiera tenía el derecho de cultivar una parcela. A los esclavos los golpeaban, no les daban comida y los mataban de trabajo. Un señor podía esclavizar a un siervo a gusto. En la capital. Lhasa, compraban y vendían niños. Un 5% de la población eran esclavos y por lo menos otro 10% eran monjes pobres, que en realidad eran "esclavos en hábitos".

El sistema lamaísta bloqueaba toda tentativa de huir. Los siervos escapados no podían cultivar en las grandes tierras baldías del campo. Unos siervos emancipados le explicaron a la escritora Anna Louise Strong que antes de la liberación "no se podía vivir en Tibet sin amo. Cualquier persona podía agarrar como criminal a quien no tenía dueño".

Ser mujer: ¿Prueba de pecados en una vida anterior? 

El Dalai Lama escribió: "En Tibet no había discriminación contra la mujer". Su biógrafo oficial, Roger Hicks, dice que la mujer vivía contenta con su posición social y "ejercía influencia en su marido". Pero en Tibet, pensaban que ser mujer era castigo por el comportamiento "impío" (pecaminoso) durante una vida anterior. La palabra "mujer", kimen, significaba "nacido inferior". Las mujeres tenían que rezar: "Que abandone este cuerpo femenino y renazca como varón".

La superstición lamaísta asociaba a la mujer con el mal y el pecado. Se decía que "de diez mujeres nueve son diablas". Consideraban que cualquier cosa que tocaba una mujer se dañaba, así que les imponían toda clase de tabúes, por ejemplo, tocar las medicinas. La escritoria Han Suyin escribío: "No permitían a ninguna mujer tocar las pertenencias de un lama, ni podía erigir una pared, o 'la pared se caerá'";....

Una viuda era despreciable, y era una diabla. No permitían a las mujeres tocar el hierro ni usar instrumentos de hierro. La religión les impedía levantar sus ojos más allá de la rodilla de un hombre, de la misma manera que los siervos y esclavos no podían levantar los ojos al nivel de la cara de la nobleza o los grandes lamas".
Los monjes de la principal secta budista tibetana rechazaban las relaciones íntimas (e incluso el contacto) con las mujeres, para alcanzar la santidad. Antes de la revolución, ninguna mujer había entrado a la mayoría de los principales monasterios o palacios del Dalai Lama.

Era común quemar a las mujeres por ser "brujas", a menudo porque practicaban la medicina tradicional o los rituales de la religión tradicional prebudista (conocida como bon). Dar a luz a gemelos era prueba de que una mujer había copulado con un espíritu malo y en las zonas rurales era común quemar a la madre y los gemelos recién nacidos.

Como en otras sociedades feudales, a las mujeres de las clases altas las vendían en matrimonios arreglados. El esposo podía, según la costumbre, cortar la punta de la nariz de su esposa si descubría que se había acostado con otro hombre. Otras costumbres patriarcales eran la poligamia (en que un hombre adinerado podía tener muchas esposas) y, entre la nobleza con poca tierra, la poliandria (en que una mujer tenía que ser la esposa de varios hermanos a la vez).

Para las clases de abajo, la vida familiar era semejante a la esclavitud en el Sur". (Ver La vida de un siervo de Tibet. Los siervos no podían casarse ni salir de una finca sin el permiso del amo. Además, los amos trasladaban a los siervos de una finca a otra a su gusto, separando familias para siempre. La violación de las siervas era una práctica común: bajo el sistema ulag, un amo podía solicitar "esposas provisionales".

Los tres amos 

El pueblo tibetano llamaba a sus gobernantes los "Tres grandes amos" porque la clase dominante de propietarios de siervos estaba organizada en tres instituciones: los monasterios de los lamas poseían el 37% de las tierras cultivables y de pastoreo; la nobleza secular poseía otro 25%; y el 38% que quedaba le pertenecía a los funcionarios del gobierno nombrados por los altos asesores del dios-rey, el Dalai Lama.
Alrededor del 2% de la población lo formaba la clase alta, y el 3% eran sus agentes, capataces, administradores de sus fincas y comandantes de sus ejércitos privados. Los gerba, una élite pequeñísima de 299 familias, estaban en la cima del sistema. Han Suyin escribió: "Solo 626 personas poseían el 93% de las tierras y de la riqueza nacional y el 70% de los yakes en Tibet. Entre ellos estaban los 333 cabezas de monasterios y autoridades religiosas, y las 287 autoridades seculares (contando la nobleza del ejército) y seis ministros del gabinete".

Los comerciantes y artesanos también pertenecían a un propietario. Una cuarta parte de la población de Lhasa sobrevivía pidiendo limosna a los peregrinos religiosos. No había industria moderna ni clase trabajadora. Tenían que importar hasta los cerillos y los clavos. Antes de la revolución, nadie recibía salario por su trabajo.

El núcleo de este sistema era la explotación. Los siervos trabajaban 16 ó 18 horas al día para enriquecer a su dueño y se quedaban con solo un cuarto de lo que cultivaban.

A. Tom Grunfeld escribió: "Las fincas eran muy lucrativas. Un antiguo aristócrata dijo que una 'pequeña' finca típica tenía miles de ovejas, mil yaks, un número no determinado de nómadas y 200 siervos agrícolas. La producción anual constaba de más de 36.000 kg de cereales, más de 1800 kg de lana y casi 500 kg de mantequilla.... Los funcionarios del gobierno tenían 'poderes sin límite de exacción' y podían acumular una fortuna con sobornos para no meter a la cárcel o multar.... Además podían extraer dinero de los campesinos más allá de los impuestos oficiales".

Los propietarios de siervos eran parásitos. Un observador, Sir Charles Bell, describió a un funcionario típico: pasaba una hora al día cumpliendo sus deberes oficiales. En sus fiestas, la clase alta pasaba día tras día comiendo, en el juego y la holgazanería. Los lamas aristócratas nunca trabajaban. Pasaban los días cantando, memorizando el dogma religioso y en la indolencia.

Los monasterios: plazas fuertes del feudalismo 

Los defensores del viejo Tibet pintan al budismo lamaísta como la esencia de la cultura del pueblo tibetano. Pero en realidad era la ideología de un sistema social opresivo específico. La religión lamaísta en sí tenía exactamente la misma edad que la sociedad feudal. El primer rey tibetano, Songsten-gampo, estableció un sistema feudal unificado en Tibet alrededor del año 650 d.C. y se casó con princesas de China y Nepal para aprender de ellas las prácticas feudales de fuera de Tibet. Esas princesas llevaron el budismo tantrista a Tibet, donde se unió con las antiguas creencias animistas y creó una nueva religión, el lamaísmo.
Durante el siguiente siglo y medio, la clase dominante le impuso la nueva religión al pueblo a la fuerza. El rey Trosong Detsen decretó: "Al que muestre su dedo a un monje se le cortará el dedo; al que hable mal de los monjes o de la política budista del rey se le cortarán los labios; al que los mire con recelo se le sacará el ojo...". (Grunfeld, p.33)

Entre el siglo 15 y el siglo 17, ocurrió un reajuste sangriento del poder. Los abades de los mayores monasterios consolidaron su Poder. Como por desprecio a la mujer practicaban el celibato, no podían basar su sistema político en la sucesión hereditaria de padre a hijo y crearon una nueva doctrina para su religión: anunciaron que podían identificar a los recién nacidos que eran reencarnaciones de los lamas gobernantes que habían muerto. Declararon que centenares de altos lamas eran "budas vivientes" (bodhisattvas), quienes supuestamente habían gobernado durante siglos, cambiando de cuerpo de vez en cuando.

Decían que el símbolo central de este sistema, el Dalai Lama, era el anciano dios tibetano de la naturaleza, Chenrezig, quien había reaparecido en 14 cuerpos en el curso de los siglos. De hecho, solo tres de los 14 Dalai Lama gobernaron. Entre 1751 y 1950, el 77% del tiempo no hubo un Dalai Lama adulto en el trono. Los abades más poderosos gobernaban como asesores--"regentes" que enseñaban, manipulaban y hasta asesinaban a los Dalai Lama cuando eran niños.

Los monasterios no eran paraísos sagrados de compasión, como dicen sus defensores hoy. Eran oscuras fortalezas de explotación feudal, pueblos armados de monjes con almacenes militares y ejércitos privados. Los peregrinos iban a los santuarios para suplicar una vida mejor, pero la principal actividad de los monasterios era robar a los campesinos vecinos. Los monjes cultivaban muy poca comida; alimentarlos era una gran carga para el pueblo.

En los mayores monasterios vivían miles de monjes. Cada monasterio "padre" creaba docenas (y hasta centenares) de pequeñas plazas fuertes esparicidas por los valles. Por ejemplo, el gran monasterio de Drepung (con 7000 monjes) era propietario de 40.000 personas en 185 fincas con 300 prados de pastoreo.

Los monasterios también imponían un sinnúmero de impuestos religiosos para robar al pueblo: impuestos por cortarse el pelo, impuestos por poner nuevas ventanas y umbrales, impuestos por niños recién nacidos o terneros, impuestos por niños nacidos con dobles párpados...y así sucesivamente. Una cuarta parte del ingreso de Drepung provenía de intereses del dinero prestado a los campesinos. Además, los monasterios exigían que los campesinos les entregaran muchos varones para servir como niños-monjes.
Las relaciones de clase de Tibet se reproducían dentro de los monasterios: la mayoría de los monjes eran esclavos y siervos de los altos abades y vivían medio hambrientos, trabajando como peones y rezando; los golpeaban rutinariamente. Los altos monjes podían obligar a los monjes pobres a tomar sus exámenes religiosos o a ofrecerles servicios sexuales. (En las sectas más poderosas, consideraban la homosexualidad como una prueba de haber mantenido la debida distancia sagrada de la mujer.) Un pequeño porcentaje del clero eran monjas.

Después de la liberación, Anna Louise Strong le preguntó a un joven monje, Lobsang Telé, si la vida en el monasterio seguía las enseñanzas budistas de la compasión. El joven lama respondió que en las salas de la Escritura había oído hablar mucho de la bondad hacia todas las criaturas del mundo, pero que a él lo habían azotado por lo menos mil veces. "Si un lama de la clase alta se abstiene de pegarnos", le dijo a Strong, "eso ya es bueno. Nunca vi a uno de ellos darle comida a un lama pobre que tenía hambre. A los laicos creyentes los trataban igual o peor".

Hoy le dicen al mundo que el Dalai Lama es un hombre sagrado a quien no le interesan las cosas materiales. La verdad es que fue el mayor dueño de siervos de Tibet. Conforme a la ley, era dueño de todo el país y sus habitantes. En la práctica, su familia controlaba 27 fincas, 36 prados, 6170 siervos de campo y 102 esclavos domésticos.

Cuando se mudaba de palacio a palacio, el Dalai Lama iba sentado en un trono cargado por decenas de esclavos. Sus tropas lo acompañaban cantando la canción "It's a Long Way To Tipperary (una canción que aprendieron de sus maestros imperialistas de la Gran Bretaña). A lo largo del camino, los guardaespaldas del Dalai Lama, cada uno de cuales medía más de dos metros, llevaba hombreras protectoras, la cara pintada de negro y largos látigos, azotaban a todos los que se encontraran de por medio. Eso se describe en la autobiografía del Dalai Lama.

Cuando huyó la primera vez a la India en 1950, el Dalai Lama y sus asesores huyeron con cientos de mulas cargadas de barras de oro para vivir confortablemente en el exilio. La segunda vez que huyó en 1959, Pekín Informa informó que su familia dejó mucho oro y plata, junto con 20.331 joyas y 14.676 prendas de vestir.


Gran miseria, corta vida 

El pueblo vivía con constante frío y hambre. Los siervos debían recoger leña para sus amos, mientras que en su choza se calentaban apenas con fogatas que hacían del estiércol del yak para cocinar. Antes de la liberación no había electricidad en Tibet; solo contaban con la luz mortecina de las lámparas con aceite animal.

Muchos siervos se enfermaban a causa de desnutrición. El plato tradicional es un potaje hecho de té, mantequilla de yak y harina de cebada que se llama tsampa. Los siervos casi nunca probaban carne. Una investigación de 1940 encontró que en el este de Tibet el 38% de los hogares nunca tenían té; solo tomaban una bebida de hierbas que encontraban o "té blanco" (agua caliente). En ocasiones, el 75% de las familias se veían obligadas a comer pasto; la mitad de la población no tenía para comprar mantequilla, que era la principal fuente de proteínas.

Mientras tanto, en el antiguo Monasterio Jokhan, quemaban como ofrecimiento religioso cuatro toneladas de mantequilla de yak por día. Se calcula que un tercio de la mantequilla del país la quemaban en 3000 templos, sin contar los altares de las viviendas particulares.

En el viejo Tibet, la gente no sabía nada de higiene, sanidad, ni que los microbios causan enfermedades. La gente común y corriente no tenía baños, alcantarillado ni retretes. Los lamas enseñaban que las enfermedades y la muerte se debían a la "impiedad" pecadora; decían que la única manera de prevenir las enfermedades era rezar, obedecer, pagar dinero a los monjes y tragarse rollos de escritura.
Las antiguas supersticiones, las costumbres feudales y el bajo nivel de las fuerzas productivas causaban mucho sufrimiento y enfermedades. La mayoría de los recién nacidos morían antes de cumplir un año. Incluso la mayoría de los Dalai Lama moría antes de llegar a los 18 años de edad, cuando debían ser coronados. La viruela afectaba a una tercera parte de la población. Una epidemia de viruela en 1925 mató a 7000 personas en Lhasa; no se sabe cuántos murieron en el campo. La lepra, la tuberculosis, el bocio, el tétano, la ceguera y las úlceras eran muy comunes. Las feudales costumbres sexuales difundían enfermedades venéreas (incluso en los monasterios), que antes de la revolución infectaban al 90% de la población y causaban esterilidad y muerte.

Después, bajo la dirección de Mao Tsetung, la revolución disminuyó las enfermedades, pero para ello se necesitó una intensa lucha de clase contra los lamas y sus supersticiones religiosas. Los monjes se opusieron a los antibióticos y a las campañas de salud pública. ¡Decían que era pecado matar a los piojos o a los microbios! También criticaron al Ejército Popular de Liberación por eliminar a los perros rabiosos que aterrorizaban a la población. (¡Hasta la fecha, una de las "acusaciones" contra la revolución maoísta es que "mata perros"!)

La violencia de los lamas 

En el viejo Tibet, las clases altas predicaban la mística idea budista de no cometer violencia. Pero al igual que todas las clases dominantes de la historia, ellas cometían violencia reaccionaria para mantenerse en el Poder. El sistema de gobierno de los lamas se forjó en medio de ríos de sangre. Se dice que los lamas asesinaron al último rey de Tibet, Lang Darma, en el siglo 10. Después siguieron siglos de guerras civiles con masacres de monasterios enteros. En el siglo 20, el decimotercer Dalai Lama pidió a los imperialistas británicos que modernizaran su ejército; también les ofreció soldados para luchar en la I Guerra Mundial.
Esos hechos bastan para comprobar que la doctrina lamaísta de "compasión" y "no violencia" no es más que hipocresía.

La antigua clase dominante niega que hubiera lucha de clases en el viejo Tibet. Un informe típico dice: "Antes de 1950, nunca hubo hambruna y las injusticias sociales nunca llevaron a un levantamiento popular". [De "An Historical Overview", un ensayo de la colección The Anguish of Tibet, escrito por Gyaltsen Gyaltag, un representante del Dalai Lama en Europa.] Es cierto que hay muy poco escrito sobre la lucha de clases, pero eso se debe a que los lamas impedían que se escribiera la historia y solo permitían registrar desacuerdos sobre el dogma religioso.

Pero las montañas de Tibet estaban llenas de bandidos y cada finca tenía su propio ejército. Eso demuestra que una constante lucha, a veces abierta, a veces clandestina, caracterizaba la sociedad de Tibet y sus relaciones de Poder. Los historiadores revolucionarios han documentado levantamientos campesinos en 1908, 1918, 1931 y en los años 40. Durante el levantamiento de 1918, se levantaron 150 familias del condado Thridug, al norte, dirigidas por una mujer y bajo la consigna: "¡Abajo los funcionarios! ¡Abolir el trabajo forzado ulag!"

La violencia diaria del antiguo Tibet se dirigía contra las masas populares. Cada propietario castigaba a "sus" siervos y organizaba grupos armados para proteger su poder. Escuadrones de monjes llamados "barras de hierro" golpeaban al pueblo con fierros.

"Salirse de su puesto" era un crimen, por ejemplo, pescar o cazar borregos salvajes, que los lamas consideraban "sagrados". También era criminal pedirle ayuda a otra autoridad contra una injusticia del dueño de uno. Cuando los siervos se escapaban, los grupos armados del dueño los perseguían. Cada finca tenía su propio calabozo y cámara de tortura. Les metían pimienta en los ojos y clavos debajo de las uñas. A veces les ponían cadenas cortas en las piernas y los soltaban para que anduvieran cojeando el resto de la vida.
Grunfeld escribe: "Las creencias budistas no permiten matar. Pero si golpeaban a alguien a punto de matarlo y luego lo soltaban para que muriera en otra parte, podían decir que su muerte fue en 'acto de dios'. Otros métodos salvajes de castigo eran cortar las manos; sacar los ojos con fierros calientes; colgar de los pulgares; lisiar; meter en un saco y tirar al río".

Como muestra de su poder, por tradición, los lamas usaban restos de cuerpos humanos en sus ceremonias: flautas hechas del hueso del muslo, cuencos hechos del cráneo, tambores de piel. Después de la revolución, en el palacio del Dalai Lama se encontró un rosario hecho de 108 cráneos. Después de la liberación, por todo Tibet los siervos informaron que los lamas hacían sacrificios humanos; por ejemplo, enterraban vivos a niños donde iban a construir un monasterio. Contaron que en 1948 sacrificaron a por lo menos 21 personas con la esperanza de impedir la victoria de la revolución maoísta.

Justifican la opresión con el dogma del karma 

La creencia principal del lamaísmo es la reencarnación y el karma. Se dice que en cada ser humano vive un alma inmortal que ha nacido y renacido muchas veces. Después de cada muerte, se supone que el alma recibe otro cuerpo. Según el dogma del karma, cada espíritu recibe una vida merecida; la buena conducta crea un buen karma, que lleva a mejorar el status social en la próxima vida. La mala conducta crea mal karma y en la próxima vida uno puede ser un insecto (o una mujer).

En realidad no hay reencarnación. Los muertos no regresan a la vida en otro cuerpo. Pero en Tibet, la creencia en la reencarnación tenía terribles consecuencias. Los que creen que el misticismo de Tibet es interesante, necesitan ver la función social que tenían esas creencias dentro de Tibet; el budismo lamaísta se creó, se implantó y se perpetuó para imponer una extrema opresión feudal.

Los lamaístas de hoy cuentan la historia de un antiguo rey que intentó cerrar la brecha entre los ricos y los pobres pero no pudo. Le preguntó a un sabio religioso por qué no podía. "Se dice que el sabio le explicó que la brecha entre los ricos y los pobres no se puede cerrar a la fuerza, porque las condiciones de la vida actual son siempre las consecuencias de las acciones de la vida anterior y, por lo tanto, no es posible cambiar el curso de la vida por la fuerza de la voluntad".

Grunfeld escribe: "Desde un punto de vista puramente secular, esta doctrina debe considerarse una de las formas más ingeniosas y nocivas de control social que se haya inventado. Para el tibetano común y corriente, aceptar esa doctrina significaba aceptar la idea de que es imposible cambiar su destino. Si uno nacía esclavo, según la doctrina del karma no era culpa del esclavista sino su propia culpa por haber cometido delitos en una vida anterior. A su vez, la vida privilegiada del esclavista era la recompensa que este recibía por lo que hizo en una vida anterior. Así pues, el que intentara romper las cadenas de su presión se condenaba a sí mismo a una vida futura peor de la que ya padecía. Evidentemente, no son ideas que llevan a la revolución...".

Los abades-lamas feudales de Tibet enseñaban que el lama principal es un ser divino, una combinación de dios-rey, cuyo gobierno y sistema lo dicta la ley natural del universo. Esos mitos y supersticiones enseñan que no puede haber cambios sociales, que el sufrimiento se justifica y que para no sufrir más uno tiene que tolerar el sufrimiento en esta vida. Eso es casi lo mismo que enseñaba la iglesia católica en la Europa medieval para defender un sistema feudal similar.

Así como en la Europa medieval, los feudalistas de Tibet luchaban para suprimir todo lo que pudiera socavar su cerrado sistema. Todos los observadores están de acuerdo en que antes de la revolción maoísta en Tibet no había periódicos, revistas, libros, radios ni escritos de ninguna clase que no fueran religiosos. Las masas creaban folclor, pero el lenguaje escrito se reservaba para el dogma y las disputas de la religión. El único periódico en el idioma de Tibet lo publicaba en Kalimpong un cristiano, y la única fuente de noticias del extranjero eran los viajeros y unos pocos radios de o¬nda corta pertenecientes a miembros de la clase alta. Las masas y probablemente a la mayoría de los monjes los mantenían analfabetos. La educación, las noticias de afuera y la experimentación se consideraban sospechosas y malvadas.

Los defensores del lamaísmo nos quisieran hacer creer que esa religión era la esencia de la cultura (y de la existencia) del pueblo tibetano. No es así. Como todas las cosas de la sociedad y la naturaleza, el budismo lamaísta tuvo un comienzo y tendrá un fin. Antes del lamaísmo había cultura e ideología en Tibet.
Esa cultura e ideología feudales surgieron con la explotación feudal. Era inevitable que la cultura lamaísta terminara junto con esas relaciones feudales.

De hecho, cuando llegó la revolución maoísta en 1950, el sistema ya se estaba pudriendo. Incluso el Dalai Lama admite que la población estaba en descenso. Hace mil años, cuando se introdujo el budismo, se calcula que Tibet tenía unos 10 millones de habitantes; para cuando llegó la revolución maoísta solo quedaban unos dos o tres millones. Los maoístas calculan que la disminución se estaba acelerando, de modo que en los últimos 150 años la población se redujo a la mitad.

La superexplotación del sistema lamaísta agobiaba al pueblo. Lo obligaba a mantener a un enorme clero parasítico de 200.000 personas que no producían nada y absorbían el 20% o más de los hombres. El sistema impedía el desarrollo de las fuerzas productivas: no permitía usar arados de hierro, excavar carbón para combustible, pescar, cazar ni hacer innovaciones médicas o sanitarias de ningún tipo. El hambre, la esterilidad por enfermedades venéreas y la poliandria bajaban los nacimientos.
El velo místico del lamaísmo no puede ocultar que la vieja sociedad tibetana era una dictadura feudal. No tenía nada de romántico. ¡Los siervos y esclavos necesitaban una revolución!

Tibet. La vida bajo el Dalai Lama en el exilio 

A mediados de la década de 1950, los siervos de Tibet, inspirados por la revolución china, empezaron a invadir tierras de los lamas y de la aristocracia. En respuesta, la clase dominante feudal hizo una alianza secreta con la CIA y organizó resistencia armada en 1957 y 1959, pero fue derrotada y el Dalai Lama huyó a la India. La mayoría de la clase dominante y mucha gente conservadora de otras clases siguieron al Dalai Lama, principalmente entre 1959 y 1963. Pocos se fueron después de 1965. Se calcula que de 30.000 a 100.000 tibetanos prefirieron el exilio a la revolución.

En la frontera los esperaban agentes de la CIA para organizarlos contra la revolución maoísta. Crearon un ejército anticomunista y montaron una máquina de propaganda para "dar a conocer su historia" (debidamente adulterada) al mundo. En Estados Unidos se formó a la carrera un "Comité Americano de Emergencia pro Refugiados Tibetanos" en marzo de 1959, a la cabeza del periodista ultraconservador Lowell Thomas y del magistrado anticomunista de la Suprema Corte William O. Douglas.

Duró poco y su misión fue canalizar dinero a la India para los refugiados tibetanos. El historiador de Tibet A. Tom Grunfeld escribe: "Aunque todavía no se conoce toda la historia del comité, mucha especulación y pruebas circunstanciales indican que una gran fuente de financiación fue la CIA".
Los refugiados también tropezaron con la corrupción de los empleados del gobierno indio en la frontera. Grunfeld informa que un refugiado se quejó de que la corrupción y la mordida "eran tan comunes en India como en Tibet".

Las memorias de un tibetano dicen que "los hijos e hijas de los aristócratas y ricos tibetanos que estaban estudiando en universidades alrededor de Darjeeling no vinieron a ayudar". Esa indiferencia es típica de la vieja clase dominante de Tibet, egoísta y perezosa.

Bajo la atenta mirada del gobierno indio y de la CIA, los líderes del exilio organizaron los campamentos de refugiados de tal forma que se preservara lo más importante del viejo orden de Tibet. Durante décadas, el Dalai Lama y sus representantes han recorrido el mundo para condenar los cambios que operó en Tibet la revolución maoísta en las tempestuosas luchas de clase de 1959 a 1976. Así que es apenas justo que los maoístas analicemos esos campamentos en la India y lo que revelan de la naturaleza de clase del Dalai Lama, y su dirección en el exilio.

Trabajos forzados para la máquina de guerra india 

Al gobierno indio le preocupaba horriblemente tener un poderoso ejército revolucionario en su frontera norte, especialmente después de 1959, cuando un huracán de revolución agraria recorrió a Tibet. India es un país semifeudal lleno de campesinos explotados, que miraban atentamente las lecciones y métodos de la revolución maoísta.

Cuando llegaron los exilados tibetanos, el ejército indio se estaba preparando febrilmente para una guerra con la "China Roja" de Mao. El Dalai Lama y su gabinete, el Kashag, hicieron un acuerdo con el gobierno de Nehrú: a cambio de tierras y suministros para los campamentos, le darían miles de tibetanos para hacer trabajos forzados. Miles y miles de refugiados acabaron en campos de trabajo en las montañas construyendo carreteras para que el ejército indio atacara la revolución maoísta.

De 18.000 a 21.000 refugiados tibetanos trabajaron en 95 campos de trabajo en terribles condiciones: les pagaban 30 centavos al día, lo que no alcanzaba ni para comer; muchos se murieron de hambre o de agotamiento; otros murieron de enfermedades y a causa de explosiones de dinamita y derrumbes. Grunfeld informa que inclusive los tibetanos encargados del programa de refugiados admitieron en 1964 que la situación de esos trabajadores era peor en la India de lo que hubiera sido en Tibet.

A la mayoría de los hijos de los trabajadores los separaron de sus padres. Grunfeld escribe: "5000 niños fueron separados de sus padres y enviados a campamentos permanentes de refugiados. A otros 3000 les permitieron quedarse con sus padres en los campamentos de trabajo...y con frecuencia se oía que niños menores de 15 años realizaban trabajos peligrosos". Aquí hay que señalar la hipocresía lamaísta: el Dalai Lama condena a los revolucionarios maoístas por construir carreteras en Tibet y los acusa de usar "trabajo forzado". Su máquina de propaganda ataca a la revolución por hacer que los monjes trabajaran (por ejemplo, que cultivaran su propia comida) y supuestamente por debilitar la familia tradicional tibetana. Pero el Dalai Lama básicamente le entregó al gobierno indio miles de refugiados para hacer trabajos forzados y les quitó sus hijos.

En su biografía de 1990, el Dalai Lama describe que él, personalmente, negoció los detalles de los campos de trabajo con Nehrú, y que mandó a ellos monjes y monjas. Añade que trató de realzar los aspectos positivos de la situación pensando que "el dolor es el patrón con que se mide el placer". El trabajo forzado ulag es una tradición clave del feudalismo tibetano: los siervos y esclavos tienen que trabajar para "sus" señores feudales.

En 1990 el Dalai Lama admitió que todavía había refugiados en campos de trabajos forzados. Pero, escribió, eso no está mal porque lo hacen "por su propia voluntad": como trabajadores "asalariados".

La regla de oro 

La clase dominante de Tibet se marchó porque la revolución agraria amenazaba la base de su clase y su poder: la propiedad feudal de la tierra. Las diferencias de clase y sus privilegios eran un aspecto central de la "cultura tradicional" que los lamaístas querían conservar. La vieja clase dominante siguió gobernando a los refugiados. El gabinete del Dalai Lama, el Kashag, representaba los intereses religiosos y aristocráticos más poderosos. Su familia, especialmente sus poderosos hermanos, agarraron el dinero de la CIA. El Dalai Lama en sí era el máximo gobernante y controlaba la mayoría de los fondos.

Los lazos hereditarios de amo y siervo no se trasladaron exactamente de la misma forma al caos del exilio, pero surgieron nuevas estructuras de opresión basadas en la "regla de oro" del capitalismo: El que tiene el oro, dicta las reglas.  A lo largo de los años, el Dalai Lama ha mantenido el control de un movimiento muy dividido y pendenciero porque controla el dinero. Desde el principio, controló millones de dólares: un tesoro de oro y plata extraído del sudor de las masas tibetanas, que el mismo Dalai Lama dice que valía $8 millones de dólares.

Grunfeld escribe: "Una de las principales fuentes de poder político del Dalai Lama es su habilidad para controlar los fondos de socorro, las becas estudiantiles y la contratación de maestros y burócratas".
Cada campamento lo gobernaba un "Líder de Campamento" designado por el Dalai Lama. Según una investigación académica de dichos campamentos, al líder "se le considera el rey de la comunidad y puede mandar a todos sus miembros". La corrupción en los campamentos de exilados es reconocida. En el mercado de MacLeod Ganj, a unos 3 km de la residencia del Dalai Lama, venden medicinas, comida y otras donaciones internacionales para los refugiados.

Grunfeld informa: "Las operaciones de socorro han tenido constantes problemas debido a rivalidades e intrigas de `miembros poco reputables de la camarilla gobernante tibetana' ". La hermana del Dalai Lama, ya difunta, es un ejemplo bien conocido de esos elementos "poco reputables": tenía un imperio personal de internados para 3000 niños que manejaba con arrogancia y corrupción. Grunfeld escribe: "Mientras los niños que estaban a su cargo pasaban constante hambre (una trabajadora recuerda que una vez la atacó un grupo de niños muertos de hambre para quitarle un plato de sobras del desayuno), sus almuerzos de 12 platos eran famosos. En el invierno, vestían a los niños con `delantales de algodón sin mangas, rotos y rasgados, aunque cuando llegaban visitantes importantes les ponían abrigos de lana, medias y botas fuertes' ".


Diferencias de clase mortales 

El 80% de los refugiados se instalaron en la India; el resto se fue para Bhutan, Nepal y Sikkim. El gobierno indio no quería que se concentraran en un solo lugar y estableció 20 campamentos regados por todo el país.
Los campamentos de las tierras bajas del sur del país fueron mortales para los tibetanos, pues no estaban acostumbrados a vivir en un clima húmedo y cálido. Sus prácticas tradicionales de higiene, preparación de alimentos y manejo de la basura y de las aguas negras no eran adecuadas para ese clima y causaron una gran mortandad. En un campamento, la mitad de los refugiados murió el primer año.

La camarilla del Dalai Lama creó un sistema sencillo para asignar campamentos: a los feudales ricos y los activistas anticomunistas los mandaron para los campamentos frescos y altos del norte; a los siervos y pobres los mandaron para los campamentos calientes, húmedos, apiñados y mortíferos del sur. De acuerdo a un estudio de los tibetanos del norte, el 25% dijeron que antes eran muy ricos, el 20% dijeron que eran ricos, el 40% dijeron que eran de la clase media y el 15% dijeron que eran de la clase media baja. Ninguno dijo que fue "pobre" en el Tibet pre-revolucionario. El investigador concluyó que en los campamentos del norte "los refugiados representan desproporcionadamente la jerarquía monástica, las clases altas y los participantes en el movimiento de resistencia tibetano".

De acuerdo a un estudio realizado en el campamento Mundgood, en el sur, casi todos habían sido siervos pobres, pastores y artesanos en el viejo Tibet. Además de que la vida en el sur era una sentencia de muerte para muchos, se destinó mucho menos dinero a crear trabajos y escuelas en esos campamentos.
Dentro de los campamentos también surgió explotación de clase. El Dalai Lama cuenta que vendió su oro y montó empresas capitalistas con mano de obra de los refugiados: una fábrica de tubería de hierro, una fábrica de papel y otras empresas que llama "ruecas de dinero".

Un campamento del sur por fin consiguió capital para montar una finca ganadera y fábricas de alfombras. Con la "ayuda", un sector de los exilados se volvieron explotadores y pusieron a trabajar a los campesinos indios que no tenían tierras como peones y sirvientes.

Pero las masas de exilados pobres vivían en la miseria. Grunfeld cita a un médico estadounidense que en 1980 dijo que la mayoría de los refugiados "vivían en extrema pobreza, en campamentos insalubres, en las tierras `de sobra' en las zonas más pobres de la India. La mayoría de sus energías las consume la lucha personal por la subsistencia...caen en la pobreza, la apatía, la enfermedad, el alcoholismo y la desesperanza". Cuando se habla de "preservar la cultura tradicional tibetana", se debe recordar esas diferencias de clase mortales que son el pilar de la sociedad feudal.

Preservan unas costumbres, cambian otras 

Por razones obvias, los lamaístas exilados no hablan en público de preservar tradiciones feudales como el ulag (trabajo forzado) y la servidumbre. En la reciente película pro-lamaísta El pequeño Buda, por ejemplo, se ve que los lamas tienen látigos cuando instruyen a los novicios, pero la película presenta los látigos como un instrumento benigno de instrucción (como el silbato de un entrenador).

En su autobiografía de 1990 el Dalai Lama admite que tuvo que prohibir ciertos "formalismos" tradicionales en frente de extranjeros. Por ejemplo, por tradición a los tibetanos de las clases bajas los castigaban si alzaban la vista más arriba de las rodillas de sus amos. En la vieja sociedad, muchos nunca vieron la cara de sus opresores. Y todos tenían que "postrarse" de barriga contra el suelo en frente del Dalai Lama. Cuando los extranjeros veían eso, se daban una idea del repulsivo elitismo de la sociedad lamaísta, donde los gobernantes decían ser divinos: reencarnaciones perfectas de espíritus inmortales. El Dalai Lama modificó esos "formalismos" para crear una versión romantizada de la "cultura tradicional tibetana" para el público mundial.

Pero los lamaístas preservaron muchas costumbres feudales en sus comunidades conservadoras. Por ejemplo, como escribe Grunfeld: "La situación de las mujeres es peor que la de los hombres, pues necesitan permiso de un hombre para salir; no pueden votar y tienen menor preferencia en materia de educación".
Grunfeld calcula que la mitad de los niños del exilio no reciben educación, conforme a la hostilidad lamaísta hacia la educación popular. Los que estudian, reciben un adoctrinamiento hostil a la ciencia, la innovación y el trabajo. Grunfeld cita a un tibetano descontento que se quejaba de que su sobrino estudió nueve años pero jamás había leído un periódico ni un libro entero.

Aquí hay que subrayar otra hipocresía: durante años, los exilados tibetanos han atacado a los maoístas por el hecho de que, incluso durante la Gran Revolución Cultural Proletaria, la educación superior en Tibet se realizaba en el idioma jan (chino). Era así por dos razones: no había libros ni maestros para enseñar temas políticos y científicos avanzados en el idioma tibetano; y enseñar a los activistas y cuadros tibetanos a comunicarse en el idioma escrito que se usaba por todo el país contribuía a la unidad del movimiento revolucionario. Pero al mismo tiempo, los revolucionarios maoístas movilizaron a los tibetanos para crear máquinas de escribir con su alfabeto para crear las condiciones para usar su idioma en la educación superior y en el gobierno.

Por otra parte, hay que señalar que los lamaístas adoptaron el inglés como el idioma de las escuelas en el exilio. El Dalai Lama lo justifica en su autobiografía repitiendo lo que se decía en las escuelas neocoloniales de la India: que el inglés es "el idioma internacional del futuro". Otro ejemplo de hipocresía: la propaganda de los exilados de la clase alta pone por los cielos la "cultura tradicional tibetana". En realidad, muchos de ellos la han descartado y mandan a sus hijos a caros internados ingleses. El biógrafo autorizado del Dalai Lama, Roger Hicks, relata que para fines de los años 60 la nueva generación estaba occidentalizada.

El hermano menor del Dalai Lama, Tendzin Choegyal, es un famoso ejemplo de esto. Se supone que es la octava encarnación de un espíritu inmortal llamado Ngari Rimpoche, pero estudió en la prestigiosa escuela preparatoria católica de San José en Darjeeling y el rector comentó que "había olvidado todas esas tonterías de la Encarnación". Hicks comenta que el mismo Choegyal dice: "Soy como un plátano; amarillo por fuera y blanco por dentro".

Grunfeld señala que el dinero y poder del Dalai Lama depende de que haya muchos refugiados sin estado. O sea que a la dirección le convenía mantener las masas de niños tibetanos en internados, campamentos de tránsito e instalaciones temporales por décadas. Por la misma razón, el "gobierno" del Dalai Lama se opone a los matrimonios entre tibetanos e indios y a que soliciten ciudadanía en India...aunque eso mejoraría su situación. Pero es común que los de la clase alta tengan ciudadanía de otros países; por ejemplo, dos hermanos del Dalai Lama tienen ciudadanía estadounidense.

Muchos exilados pobres rechazan el orden feudal del viejo Tibet. Grunfeld escribe: "Un antropólogo que entrevistó a muchos refugiados pobres encontró que hablaban de la vieja sociedad con vergüenza y que no les gustaba hablar de ella con extranjeros. Dice que `varios me indicaron que preferían quedarse en Mysore  a volver a Tibet como era antes' ". El aparato de relaciones públicas del Dalai Lama le presenta al mundo una imagen idílica de la vida de los exilados: como un Shangrila espiritual de monjes nobles que esperan llevarle de nuevo su sagrada "cultura tradicional" al pueblo tibetano que los espera con ansias. Esa imagen es una farsa cruel y brutal.


Los sueños terrenales del Dalai Lama 

En los últimos años de la década del 80 se dieron fuertes luchas en las ciudades de Tibet contra el gobierno chino. Este las reprimió con balas y arrestos en masa. Esas rebeliones rescataron al Dalai Lama de largos años de oscuridad al nivel internacional. De repente poderosas fuerzas del mundo lo trataban como a una celebridad y hasta le dieron el premio Nobel de la Paz.

El público ve una imagen romántica del Dalai Lama: lo pintan como un santo moderno que está librando una lucha no violenta contra fuerzas abrumadoras. Lo presentan como el líder y centro espiritual de un movimiento de independencia que lucha para "liberar a Tibet" del poderoso gobierno central de China dirigido por Deng Xiaoping. Es una imagen falsa. La verdad es que durante casi 20 años el Dalai Lama ha querido llegar a un acuerdo con Deng Xiaoping. Espera restaurar en la medida posible los viejos privilegios y el poder de la aristrocracia, a cambio de estabilizar la región para los actuales dirigentes de China.
En 1987 el Dalai Lama retiró sus previas demandas de independencia y el retiro de las tropas chinas de Tibet. En 1994 hasta apoyó la posición del gobierno chino en el debate en Estados Unidos sobre la restauración de su posición como "Nación más favorecida" (NMF) en el comercio, lo que escandalizó a muchos de sus partidarios en Estados Unidos que querían negárselo para presionar al gobierno chino a cambiar su política en torno a Tibet.

O sea, a medida que la opresión y la resistencia popular crecían en Tibet en los años 80, el Dalai Lama se ponía cada vez más servicial hacia el gobierno chino, traficando con la lucha tibetana.

Los motivos de un dios-rey destronado 

El Dalai Lama ofreciéndose a Deng Xiaoping, buscando un arreglo con el gobierno que masacró a manifestantes en Lhasa y en la plaza Tienanmen, y que inundó las ciudades de Tibet con tropas e inmigrantes jan? Unos no lo creerán, pero la verdad es que desde que se exilió en 1959, la política del Dalai Lama y su séquito ha sido maniobrar para recuperar su estado privilegiado sobre el pueblo tibetano. Eso se debe a su naturaleza de clase como el núcleo en el exilio de una clase dominante feudal.

Antes de la revolución, los monasterios de Tibet adiestraban a una élite de monjes que se pasaban la vida en soledad salmodiando y debatiendo dogmas religiosos. Con su intenso misticismo y su meditación introspectiva, el lamaísmo budista presentaba su vida monástica como una red de oasis espirituales separados de la mundana vida cotidiana. A los simpatizantes del Dalai Lama a veces les atrae la "calma" de los monjes. Pero en realidad, los monjes y sus monasterios nunca viven aislados de la sociedad de clases: la cultura religiosa-aristocrática de Tibet no puede existir aparte de su fundación económica feudal y esclavista.

En una discusión sobre la India, el Presidente Avakian demuestra que las prácticas monásticas al parecer espirituales están profundamente vinculadas con el sufrimiento de las masas populares: "Había monjes budistas altamente educados y en los monasterios budistas de la antigua India había concentrado mucho conocimiento; esos monjes no vivían copiosamente (de hecho algunos eran ascetas y vivían sencillamente); sin embargo, toda su vida y, lo que es más, todo lo que aprendían y sus privilegiados conocimientos se basaban en la cruel y extrema explotación y esclavitud de las masas básicas. Además, hay que cuestionar el contenido y el valor del conocimiento y la `sabiduría' adquiridos por los monjes, los eruditos, etc., divorciados de las masas básicas, que solo pueden vivir así debido a la explotación y esclavitud de esas masas" (revista Revolución, otoño de 1990, p. 34).

En pocas palabras, el budismo lamaísta consta de una red de instituciones sociales que surgieron de la propiedad feudal y la esclavitud de los siervos. La doctrina lamaísta justificaba esa explotación declarando que los virtuosos nacen para gobernar y los pecadores nacen para sufrir. La clase dominante del viejo Tibet sabe muy bien que existe esa conexión: para realizar sus sueños de restaurar la "libertad religiosa" y la "cultura tradicional" en Tibet, necesita algún tipo de sistema de propiedad y una forma de explotación del pueblo. En lo fundamental, el programa político de esa clase derrocada no tiene nada que ver con la liberación del pueblo.

Una vez que se reconozca su naturaleza de clase, es evidente por qué el Dalai Lama ha cambiado tantas veces su programa.

La primera gran decepción del Dalai Lama 

Cuando la clase dominante de Tibet se exilió en 1959, tenía dos esperanzas: poder seguir su vida ociosa e introspectiva en el exilio, y que alguna gran potencia la ayudara a restaurar su dominio de Tibet.
Durante la década del 60, los lamaístas exilados pensaron que el imperialismo estadounidense sería su gran salvador. Los que se instalaron en Dharamsala, una ciudad de la India, se pintaban como un gobierno en exilio al estilo occidental: adoptaron una bandera nacional, un himno y hasta una "constitución" que combinaba el gobierno de los divinos lamas con un parlamento civil. Es el mismo tipo de farsa que presentaba la contra nicaragüense adiestrada por la CIA, que aprendió a alabar la "democracia y los derechos humanos" para ganarse el apoyo y dinero de sus partidarios estadounidenses.

Pero los consentidos exilados estaban divididos, no formaban una buena fuerza de combatientes y no tenían respaldo en Tibet. Para principios de los años 70, la CIA los dejó a su suerte. Al imperialismo estadounidense nunca le interesó mucho Tibet sino como una plataforma para presionar a China. Nunca tuvo la intención de instalar en el Poder a los lamaístas en un futuro "Tibet independiente". Como los demás gobiernos del mundo, la posición oficial de Estados Unidos ha sido que Tibet era parte de China históricamente, y nunca reconoció a las fuerzas del Dalai Lama como un "gobierno-en-el-exilio".
La verdadera meta estratégica de Estados Unidos era contener la revolución maoísta y al fin y al cabo "volver a abrir" toda China a la explotación. Una vez que vio posibilidades para lograr esa meta dentro del gobierno chino, perdió interés en el corrupto y aislado ejército en el exilio.

En su autobiografía de 1990, el Dalai Lama describe los días de su conexión con la CIA a mediados de los años 60 como "un clímax en el programa de restablecimiento". Se queja amargamente de la manera en que sus patrones estadounidenses lo abandonaron. Desde esa traición la única esperanza que ha tenido el Dalai Lama para restaurarse ha sido que algún día llegue al Poder en Pekín un gobierno dispuesto a compartir el Poder con él y lo que queda de la clase dominante del viejo Tibet.

Lo que esperaba el Dalai Lama de Deng Xiaoping 

Desde el comienzo de su exilio, la vieja clase dominante de Tibet se dio cuenta de que las fuerzas derechistas asociadas con Deng Xiaoping representaban una línea muy diferente a la de las fuerzas revolucionarias asociadas con Mao Tsetung. Desde poderosas posiciones dentro del Partido Comunista de China, Deng y otros seguidores del camino capitalista se oponían a fomentar movimientos revolucionarios en Tibet. Decían que el PCCh debía compartir el Poder con la vieja clase dominante de Tibet hasta un futuro indefinido y dejar el feudalismo intacto.

Cuando Deng recuperó su posición de autoridad en abril de 1973, el Dalai Lama expresó abiertamente su deseo de regresar a Lhasa. Como decían los maoístas en ese entonces, Deng representaba el "retorno a los ritos". Al año siguiente, el Dalai Lama ordenó que los últimos de sus guerrilleros anticomunistas depusieran las armas. El golpe de estado antimaoísta en que Deng Xiaoping tomó el poder en China alegró mucho a los lamaístas. Estaban tan contentos de la muerte de Mao y el arresto de sus seguidores que regaron el rumor de que eso se había logrado gracias a las oraciones del

Dalai Lama en su ceremonia de Kalachakra de 1976. 

Desde 1960, cuando los revolucionarios maoístas comenzaron a organizar las tomas de tierras en Tibet, los exilados no habían tenido contacto con Pekín. Pero en 1977, justo después del golpe, Deng Xiaoping mandó un emisario secreto para hablar con Gyalo Thondup, hermano del Dalai Lama y agente de la CIA. Varios altos funcionarios chinos se expresaron públicamente a favor de la restauración de costumbres feudales en Tibet así como del retorno de los exilados, especialmente el Dalai Lama.

En 1977, cuando el Congreso de la Juventud Tibetana en el exilio reafirmó su apoyo a las acciones armadas contra las fuerzas del gobierno chino, el cuartel del Dalai Lama ordenó desbandar el grupo. Los lamaístas aplaudieron las "reformas" restauracionistas de fines de los años 70, cuando el gobierno de China comenzó a eliminar las comunas populares en el campo. A sus ojos, ese regreso a la propiedad privada de la tierra iba a preparar el terreno para reconstruir su vieja superestructura feudal.

Problemas con el acuerdo 

Pero los años de negociaciones entre Pekín y Dharamsala no dieron fruto. Después de 1983, los revisionistas aparentemente decidieron que podían consolidar su nuevo orden en Tibet sin llegar a un acuerdo con el Dalai Lama y su grupo de exilados. Comenzaron a llenar las ciudades de Tibet con trabajadores, técnicos y comerciantes jan. (Los jan son la nacionalidad mayoritaria de China.) Comenzaron a restaurar ciertos monasterios para construir una red de clérigos controlados por el gobierno central, no por el Dalai Lama.

En 1987 el Dalai Lama se quejó de que los revisionistas chinos "querían reducir el problema de Tibet a una discusión de mi situación personal". Los lamaístas exilados querían el derecho feudal de elegir niños jovencitos para sus monasterios y de limitar el control gubernamental sobre sus instituciones. En el libro de entrevistas Tibet, China and the World, el Dalai Lama habla de un importante obstáculo en sus discusiones con el gobierno chino: "Piensan que simplemente recitar unas mantras, hacer visitas sucesivas a los templos, prostrarse y llevar una rueda de oraciones y un rosario es suficiente para practicar la religión. Así que superficialmente hay libertad de religión. Pero los chinos simplemente no entienden que es necesario tener un maestro adecuado, estudiar a fondo y practicar seriamente en el lugar apropiado".

El Dalai Lama no se contentaba con el derecho a volver sin problemas y una libertad de religión formal para los creyentes: quería "lugares apropiados" para restaurar el estilo de vida monástico. En realidad, los lamaístas exilados querían que el gobierno central compartiera una gran parte del Poder y la riqueza de la sociedad tibetana con su vieja clase dominante feudal para poder reproducir el viejo sistema de grandes monasterios con que se cebaban de la mano de obra de las masas.

Las negociaciones no tenían nada que ver con mejorar la situación y los derechos del pueblo. Eran para restaurar el mundo privilegiado de la vieja asistocracia dominante: demandaban una tajada de la riqueza que el gobierno central le estaba extrayendo al pueblo trabajador. Por lo visto, el gobierno chino pensó que eran demandas excesivas a cambio de muy poco. Por segunda vez se estrellaron las esperanzas de restauración del Dalai Lama.

Trafica con la lucha del pueblo para lograr un acuerdo 

Cuando las negociaciones llegaron a un punto muerto, el Dalai Lama cambió urgentemente sus tácticas: decidió presionar al gobierno central manipulando las contradicciones internacionales y el creciente descontento popular en Tibet. El 21 de septiembre de 1987, el Dalai Lama presentó un "Plan de Paz para Tibet de Cinco Puntos" a una audiencia del Congreso estadounidense. La idea central era que Tibet debía convertirse en un estado amortiguador desmilitarizado entre China e India. Se imaginaba el retiro de las tropas, bases militares y las centrales nucleares chinas de la Región Autónoma del Tibet y de la mayoría de las provincias de Qinghai y Sichuan. Uno de los cinco puntos demandaba que China parara la inmigración jan a Tibet.

El plan era parecido a ciertas propuestas que los soviéticos habían hecho para crear varias "zonas de paz" en regiones dominadas por el imperialismo estadounidense. Significativamente, el Dalai Lama usó la palabra hindi (un idioma de la India) ahimsa para describir el estado amortiguador. Había estado coqueteando con la URSS y su aliado, India, y con su Plan de Cinco Puntos pretendía presionar a Estados Unidos para que presionara a China para llegar a un acuerdo.

Una semana después de su discurso sobre los Cinco Puntos, comenzó una gran rebelión nacionalista de monjes en Lhasa. El momento del levantamiento parecía más que una coincidencia. Estallaron las tensiones de una década de inmigración jan. Los rebeldes tomaron por asalto una comisaría de policía. Las tropas del gobierno mataron a centenares. Hubo otros estallidos en 1988. Para el Dalai Lama, esa lucha significaba que finalmente tenía una ficha de regateo para sus negociaciones: podía ofrecer contener el nuevo movimiento nacionalista a cambio de un buen lugarcito en el nuevo orden revisionista.

La atención internacional que atrajeron las rebeliones de Lhasa llevó a varias grandes potencias a presionar al gobierno chino para que reanudara las negociaciones con los exilados de Dharamsala. Según el historiador A. Tom Grunfeld, varios funcionarios nepaleses pensaron que el gobierno chino iba a llegar a un acuerdo con el Dalai Lama, con el fin de demostrarle a los gobiernos de Hong Kong y Taiwán que la reunificación no quería decir cederle todo el poder a Pekín.

Abandona la demanda de independencia 

El Dalai Lama corrió a ponerse en posición para realizar nuevas negociaciones con Pekín: se distanció públicamente de la violencia en Lhasa y exhortó a los tibetanos dentro y fuera de Tibet a que aceptaran un arreglo con el gobierno central. Dejando boquiabiertos a sus partidarios, abandonó públicamente la demanda de independencia y del retiro de las tropas chinas, a pesar de que eso era la principal demanda de los manifestantes en Tibet y de su propio Plan de Cinco Puntos.

Ante la reunión del Parlamento Europeo en Estrasburgo, Francia, el 18 de junio de 1988, el Dalai Lama propuso que Tibet siguiera "asociado" con el gobierno de Pekín y que las tropas de este se quedaran en Tibet durante un tiempo indefinido. Según su plan, el gobierno central controlaría la política exterior y los asuntos militares de Tibet, pero la región tendría una vida económica y cultural autónoma dirigida por un gobierno regional secular. O sea, proponía reconstruir el sistema monástico pero que los clérigos no tomarían las riendas del gobierno. Ese era el acuerdo que el Dalai Lama había esperado tantos años para negociar.

En su libro de entrevistas, el Dalai Lama pidió a sus partidarios que aceptaran ese arreglo: "En realidad buscamos un camino intermedio... En muchas ocasiones he dicho que los límites humanos siempre están cambiando. En ciertas circunstancias, he explicado que dos naciones pueden combinarse en una nación... Así que teóricamente nosotros, los tibetanos, apenas unos seis millones de habitantes, podemos sacar más beneficio uniéndonos a los mil millones de chinos que convirtiéndonos en un país independiente".
Edward Lazar, un destacado activista a favor de los lamaístas, escribe en su libro The Anguish of Tibet: "La posición oficial del gobierno-en-el-exilio y del Dalai Lama, como se reafirmó en la Declaración de Estrasburgo del 15 de junio de 1988, es llegar a un arreglo con China. La mayoría de los escritos sobre Tibet ocultan el hecho de que la meta tibetana no se define como independencia... Todos los pronunciamientos oficiales y las reuniones han evitado la palabra `independencia'.

Esa palabra no se encuentra entre los centenares de entradas del índice de la nueva autobiografía del Dalai Lama. La idea de la independencia es tan peligrosa que en ciertos círculos tibetanos se refieren a ella como la palabra que empieza con `i' ". Sin perder tiempo, el Dalai Lama nominó a un equipo de negociadores para las charlas que debían realizarse en enero de 1989 en Ginebra. Pero en la primavera de 1989 estallaron fuertes rebeliones en Lhasa y en la plaza Tienanmen y el gobierno las reprimió sanguinariamente. Tibet quedó bajo ley marcial y las charlas de Ginebra no se realizaron.

Alabando al cabecilla del nuevo gobierno genocida 

El Dalai Lama no iba a dejar de apoyar a Deng Xiaoping, el cabecilla antimaoísta del actual gobierno chino, por unas simples masacres. En su reciente autobiografía, el Dalai Lama dice que ha sido un gran admirador de Deng durante muchos años: "Hacia fines de 1978, cuando Deng Xiaoping surgió como el máximo dirigente en Pekín, el gobierno comenzó a fomentar más el desarrollo. Como líder de una facción más moderada, su ascenso parecía señalar verdadera esperanza para el futuro.

Siempre pensé que un día Deng haría grandes cosas para su país. Cuando estuve en China en 1954-5, me reuní varias veces con él y me hizo muy buena impresión. Nunca celebramos largas conversaciones pero oí decir muchas cosas buenas de él, especialmente de que era un hombre de gran capacidad y muy decisivo también. La última vez que lo vi... me dio la impresión de que era un hombre muy poderoso. Ahora empezaba a parecer que además de esas cualidades era también muy sabio". El Dalai Lama escribió eso en 1990, después de la sangrienta represión, arrestos en masa y ley marcial en Tibet y en Pekín.

Los abiertos intentos del Dalai Lama de llegar a un acuerdo con el gobierno chino agrandó las divisiones dentro de su movimiento de exilados. Lodi Gyaltsen Gyari, uno de sus principales enviados internacionales, habla de "críticos internos" que dicen que "el Dalai Lama se propone vender a Tibet". Unos tibetanos de la clase alta nacidos en el exilio y agrupados en torno al Congreso de la Juventud Tibetana se han quejado rotundamente de sus métodos. Ellos quieren separarse de China y establecer un Tibet independiente al estilo de los países neocoloniales de Occidente.

Por todo el mundo pintan a los lamaístas como verdaderos creyentes en la no violencia. Pero en sus apelaciones a los "críticos internos", el representante Gyari dice que no se opone a la violencia de por sí. En Anguish of Tibet escribe: "Se han presentado momentos en que yo también hubiera preferido luchar, pero debemos ser realistas. Hemos tenido malas experiencias y hemos sido abandonados. No quiero hablar de esto ahora; es cosa del pasado. Pero sigue viva en nuestra memoria".

Es decir, Gyari hace recordar a sus compañeros exilados la traición de la CIA en los años 60 y dice que la lección de las "malas experiencias" es que tarde o temprano los exilados deben llegar a un acuerdo con el gobierno revisionista. El Dalai Lama defiende la idea de un arreglo con un pragmatismo similar. En su entrevista de Dharamsala dice: "En nuestro caso, la violencia es más bien suicida. No tiene nada de práctico... Aunque 10.000 jóvenes exilados y cientos de miles de jóvenes en Tibet se alzaran en armas juntos, seguiría siendo muy difícil. Los chinos nos pueden aplastar fácilmente. Hasta la guerra de guerrillas es muy difícil... Pienso que podemos llegar a una especie de acuerdo que nos beneficie mutuamente".
Puede que el método del Dalai Lama no sea popular entre los tibetanos exilados, pero les interesa a muchas potencias de Occidente. Desde la masacre de Tienanmen, a estas les ha preocupado la posibilidad de que el gobierno chino reprima a los elementos de su clase dominante más amigos de Occidente. Así que desde 1989, poderosas fuerzas de la clase dominante estadounidense han estado buscando un medio para presionar al gobierno de Deng. Se decidieron en apoyar al Dalai Lama y la causa de los "derechos humanos en Tibet".

Esta vez, las potencias occidentales no quieren que los exilados formen una fuerza armada. Desde la muerte de Mao, su relación con el gobierno chino ha sido demasiado buena para eso. En vez, Estados Unidos quiere que el Dalai Lama juegue un papel público destacado para presionar a Pekín a abandonar la excesiva centralización de la economía y la política.

Para que el Dalai Lama jugara mejor su papel, las potencias occidentales le presentaron el premio Nóbel de la Paz en diciembre de 1989, lo que lo elevaba a un nuevo nivel de prestigio y legitimidad. Muchas veces cuando la gente honesta apoya el movimiento para "Tibet libre", se deja embaucar por una campaña de Washington que busca mercados rentables y mano de obra barata en China. Al gobierno estadounidense no le importa nada Tibet. Una vez más, se hace el que le importa el "problema de Tibet" y los "derechos humanos" para presionar al gobierno de China.

Está de moda, pero con pocas esperanzas 

Estos días el Dalai Lama viaja por todo el planeta demostrando el oportunismo refinado de un camaleón político: por un lado predica el misticismo a la gente espiritual (New Age) de los países occidentales, y por otro lado se presenta como un científico escéptico ante los que se basan en la ciencia natural; por un lado se viste como un ambientalista antimilitarista cuando se reúne con los verdes de Europa occidental y por otro lado se postra cínicamente ante los sanguinarios seguidores del camino capitalista de Pekín. Por un lado busca el apoyo de las fuerzas religiosas conservadoras firmando declaraciones contra el aborto, pero por otro lado da a entender que el aborto podría justificarse en algunas circunstancias, para no perder su credibilidad entre los liberales.

En mayo de 1994, el Dalai Lama incluso permitió que el gobierno estadounidense usara su influencia para reducir la presión a China: primero se reunió tras bastidores con el presidente Clinton y luego anunció en una rueda de prensa en Alemania que estaba a favor de extenderle la condición de "Nación más favorecida" a China. Pocos días más tarde, Clinton anunció que iba a hacer eso. El Dalai Lama ayudó cínicamente a Washington y a Pekín a esquivar a las fuerzas que demandaban restricciones comerciales para presionar a China.

Tales maniobras e intrigas le han ganado fama sin precedentes al Dalai Lama. Hasta está de moda en ciertos círculos. Pero, irónicamente, se está ganando esa atención internacional al mismo tiempo que su base de apoyo en el exilio se va a pique. La comunidad exilada está perdiendo su coherencia y el Dalai Lama está perdiendo su poder sobre ella. La mayoría de los exilados tibetanos se han establecido en sus nuevos países. Solo la vieja generación recuerda Tibet. La mayoría de los exilados no tienen ganas de volver. Muchos desdeñan abiertamente las viejas costumbres tibetanas.

Con el tiempo van quedando muy pocos fondos de apoyo internacional. Eso mina el poder político del Dalai Lama que siempre dependía de dinero del extranjero. Una de las actividades internacionales más importantes del Dalai Lama es pedir dinero para su séquito. Además, las posibilidades de negociar una restauración lamaísta en Tibet siguen siendo casi nulas. Después del golpe de 1976 se restauró la explotación de clases, pero en una nueva forma que combina la agricultura semifeudal con el capitalismo de estado. Unos observadores dicen que el Dalai Lama goza de popularidad en Tibet como un símbolo contra el gobierno, pero no hay indicaciones de que las masas tibetanas apoyen su programa político.
La única verdadera esperanza del Dalai Lama es que China comience a desmoronarse con la muerte de Deng--como pasó en la URSS después de Gorbachov--y que los dirigentes de Pekín y Washington lleguen a decidir que les conviene restaurar al Dalai Lama para mantener su dominación sobre las partes más explotables de China. No hay mucho chance de eso.

Se acaba el tiempo para los sueños terrenales del Dalai Lama en Tibet. No es razón para llorar.

¡¡Liberen al Tíbet!!

En marzo de 1959 el XIV Dalai Lama salió huyendo del Tíbet tras fracasar en la organización de una revuelta popular contra los chinos. Ningún evento ha servido más al líder religioso para la promoción de su fe desde la nueva capital del budismo: Nueva York. Ahora se conmemora el 50 aniversario de esa héjira. Es por eso que el gobierno chino canceló las visas para visitar Lhasa hasta nuevo aviso, ante la amenaza de ver a miles de occidentales en la capital budista luchando por causas que desconocen.

¡Liberen al Tíbet! Manifestantes de todas partes del mundo occidental gritan esta proclama, la ponen en calcomanías, carteles y camisetas; repiten la arenga sin conocer la historia. Hay grupos de jóvenes dedicados a esa causa, encantados, no con la cultura lamaísta, sino con la imagen que su jefe de relaciones públicas ha creado; la gente medita y va a retiros budistas. Todos piden la libertad del Tíbet, pero casi todos ignoran que Tíbet no es libre desde hace siglos y su pueblo vivía en el sometimiento cientos de años antes de la llegada de los chinos.

La inmensa mayoría de los “liberenaltibetenses” no son tibetanos y no viven en oriente. Occidente está encantado con la fantasía del Tíbet, pero es sólo eso, una fantasía; la idea de ese idílico lugar donde todo es paz y meditación, convivencia en armonía de una comunidad agraria en alineación con el cosmos y en busca de una elevación espiritual guiada por los lamas. Nada más lejos de la verdad, Tíbet ha sido una dictadura teocrática, totalitaria y abusadora desde hace unos 700 años.

Nuestro lado del mundo se enteró de la existencia de Tíbet cuando fue invadido por China en 1950 y todavía más cuando en 1959 el XIV Dalai Lama, el actual, salió huyendo de su país disfrazado de soldado británico del siglo XIX. En China había triunfado la revolución comunista de Mao y una de sus primeras acciones fue, recuperar (no anexar) el territorio de los lamas. Bajo el precepto de que la religión es el opio de los pueblos y que a lo largo de la historia ha servido para someter, el discurso maoísta señalaba que las tropas chinas ocupaban la zona para liberar al pueblo del sometimiento del los lamas; faltó agregar entre paréntesis: (y ponerlos bajo el nuestro).

Desde entonces el Dalai Lama ha hecho su campaña mundial de promoción del budismo tibetano y de la liberación de su territorio; el argumento es idéntico, liberar al pueblo del sometimiento de los chinos, le falta agregar sus paréntesis: (y ponerlo bajo el mío). Porque precisamente lo que ignoran todos los predicadores de la libertad tibetana, es que el sometimiento de ese pueblo surgió precisamente cuando comenzó la tradición de los Dalai Lamas. Así es que antes de seguir con el griterío libertario, conozcamos un poco de la historia.

Poco se sabe de la historia de Tíbet antes del siglo VII debido a su aislamiento en una meseta a más de 4 mil metros de altura y rodeada por montañas superiores a los 7 mil. Desde esa época el budismo era la religión y los monjes los amos; la tierra era poseída por los religiosos y nobles, por voluntad de Dios al estilo de la Europa medieval. Feudalismo servil, desde el siglo VII hasta 1930.

La corrupción del budismo 

Sidarta Gautama, el original Buda, planteó sus enseñanzas 500 años antes de nuestra era; para ayudar a los seres humanos a eliminar los sufrimientos y alcanzar la felicidad. Es importante decir que su doctrina era ateísta y fue planteada en contra, específicamente del hinduismo y en términos generales, de los sistemas religiosos que servían para alienar y someter a las personas.

Buda predicó contra las religiones establecidas, los dogmas, la especulación metafísica, los misterios religiosos, las jerarquías y todo sistema de sumisión. Por encima de todo, dejó claro su carácter totalmente humano; no se consideraba una divinidad, sólo un maestro. No obstante, en el Tíbet tomó el poder una estructura religiosa budista que viola todos estos principios y hace todo lo que Sidarta criticaba: tienen una religión dogmática, especulativa, con misterios, jerarquías y que se convirtió en un sistema sometedor en manos de un dictador religioso: el Dalai Lama.

Fue en el siglo XVI cuando se inventó la leyenda del Dalai Lama, el poder recaía ya entonces en un líder budista, Sonan Gyatso, quien pretendía ser la tercera reencarnación de Gendun Drupa; una maestro iluminado del siglo anterior, quien liberado de la rueda de la reencarnación, decidió volver voluntariamente para permanecer con su pueblo. Él fue el primero en ostentar el título de Dalai Lama (océano inmenso de sabiduría), pero se consideró como el tercero para respetar a las dos reencarnaciones anteriores.

Desde ese momento la religión se convirtió en instrumento de opresión sobre un pueblo campesino y pobre que trabajaba la tierra, propiedad de los lamas, y vivían en el nivel mínimo de subsistencia. La admirada ciudad prohibida de Lhasa y su gran palacio de Potala fueron construidos por un pueblo prácticamente esclavo, que subsistía a base de arroz mientras sus líderes espirituales vivían en el para entonces, y tal vez hasta ahora, palacio más grande del mundo. La única imagen que los libertarios suelen conocer de Lhasa es precisamente esa, todo lo demás eran chozas y sembradíos.

Desde el siglo XIX la zona estuvo en disputa entre mongoles, rusos, británicos y chinos. Desde 1906 un acuerdo multinacional aceptó la soberanía de China sobre Tíbet, mucho antes de la aparición de Mao, y en 1911 el XIII Dalai Lama huyó a Mongolia. Ese mismo año comenzó en China una etapa de guerras civiles, revoluciones e invasiones japonesas que no cesaron hasta 1949, con el triunfo de Mao y su revolución; durante ese periodo el Tíbet gozó en la práctica de un autogobierno; pero una vez estable, el gobierno comunista decidió recuperar el territorio.

El XIV Dalai Lama asumió el poder en 1950, justo cuando llegaron las tropas de ocupación chinas; en 1951, representantes de su gobierno firmaron un acuerdo con el gobierno comunista para la administración conjunta del Tíbet. Este sistema, donde los lamas seguían ejerciendo la autoridad, duró hasta que en 1959 el Dalai Lama huyó a India, donde solicitó permiso de establecer un gobierno en el exilio y comenzó su campaña de rebelión contra China. La parte interesante: detrás de esto estaba la CIA, con su obstinado interés de evitar la expansión del comunismo.

Los tibetanos de hoy tienen representación política en la Asamblea Nacional Popular de China, agua potable y drenaje; luz, teléfono, gas, carreteras y próximamente un tren bala que unirá Lhasa y Beijing en 3 horas. Tienen casas, educación y salud; nada de eso poseían bajo el régimen lamaísta. La principal razón que tiene el Dalai Lama de oponerse al sometimiento de China sobre el Tíbet, es que el país debería estar sometido por él, como venía sucediendo desde el siglo XVI.

Hoy, la región autónoma tiene derecho incluso a profesar su fe, y seguir sus tradiciones; los lamas se pueden dedicar a sus oraciones, la única condición es que produzcan; pero como lo que ellos producen son oraciones; el pueblo debe trabajar más para cubrir la parte de sus guías espirituales. Los tibetanos de hoy viven bajo el poder comunista chino, pero no por ello dejan de tener el sometimiento religioso lamaísta.

El movimiento de liberación del Tíbet comenzó desde la huída de su líder y hoy publirrelacionista el Dalai Lama. Nadie reconoció entonces a Tíbet y ninguna nación reconoce hoy a su gobierno exiliado; no fue noticia importante entonces y no lo era hasta las olimpiadas de Beijing. Siempre se ha sabido la situación de Tíbet, sólo ahora que hay imágenes le importa a los medios. Cuando deje de producir raitting la noticia desaparecerá. No puedo estar más de acuerdo en una cosa; ¡Liberen al Tíbet!, libérenlo de los chinos si se quiere, pero libérenlo también de sus dictadores ancestrales: los lamas


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